La Pasión que leemos el Viernes Santo no debería ser un mero recuerdo; guarda un
mensaje que podemos aplicar a nuestras vidas hoy. Pidamos a Cristo sufriente
que nos ayude a sufrir como Él. ¿Cómo sufre? Perdonando. ¿Cómo muere? En paz,
abandonado en las manos de Dios. Nosotros, cuando sufrimos, ¿lo hacemos
abandonados, serenos, abiertos a la voluntad de Dios? ¿O sufrimos rebelándonos
y alimentando el deseo de revancha?
En el sufrimiento de Cristo arde una pequeña llamita, la
semilla de la resurrección. No es una muerte que acaba en el absurdo y en la
desesperación. Por eso llega un momento en que Jesús no se defiende y calla
ante sus acusadores.
Cuántas veces, cuando somos agredidos, lo mejor es callar y
no responder. Jesús tiene muy claro que todo ha de cumplirse y por eso guarda
silencio. A veces es mejor callar, dejar que nos critiquen y nos juzguen,
abandonándonos en Dios, haciendo lo que tenemos que hacer, sin miedo. Es
importante que el cristiano, incluso en el sufrimiento, esté totalmente
trascendido. De esta manera resucitará. Porque el que está trascendido tiene
una inmensa paz en su corazón. Todo cuanto le suceda, tanto si le produce
alegría como tristeza, no dañará su alma ni derrumbará su entereza. Si queremos
imitar a Jesús, dejemos que Dios nos tome en sus manos y que su voluntad sea la
nuestra. El Cristo evangélico, el Cristo de los místicos y de los santos, es el
Cristo que muere en paz.
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