Llegó el momento de tu partida a Brasil. Te lanzaste a la aventura europea con un claro objetivo: tu tesina sobre la liturgia adaptada a la cultura indígena. Tras cuatro años combinando estudios con tu trabajo pastoral en Sant Pancraç, has culminado plenamente tu cometido. Tu rigurosidad y tu seriedad en el trabajo se han reflejado en la tesina, junto con tu amor a la liturgia y a tu sacerdocio. Ha valido la pena todo este tiempo, pese a la distancia de los tuyos —familiares, amigos, compañeros sacerdotes—.
Y, por otra parte, también has culminado una etapa pastoral en la parroquia. Dócil, creativo y entregado, has hecho de esta pequeña comunidad un trocito de cielo. Tu afabilidad y tu profundo respeto y amor a los feligreses han acercado la parroquia al barrio, atrayendo a la gente hacia Dios, nuestro único horizonte, el que nos hace vivir una vida plena y cristiana. Tú, con humildad y sencillez, lo has logrado. Siempre atento y amable, has buscado la manera de encauzar la creatividad y el carisma de cada cual. Todos los que te hemos conocido hemos saboreado lo que es realmente un amigo sacerdote.
Me alegra especialmente que vengas del otro lado del océano. Cuánto hemos de aprender los europeos de América, cuánta frescura y potencial fluye de las iglesias del Sur.
Como mucho de tus feligreses, he sentido tu marcha, porque nos ha unido una gran amistad sacerdotal en muy poco tiempo. He apreciado tu riqueza, humana, cultural y espiritual. Un año ha sido suficiente para captar el bien que has hecho a esta comunidad de Sant Pancraç. Tu presencia discreta ha sido fecunda y me consta que has dejado una profunda huella. En la memoria histórica de esta parroquia quedará un recuerdo muy vivo de tu presencia y tu entrega abnegada, especialmente en este último año, que tuviste que asumir la responsabilidad de la dirección parroquial. La iglesia diocesana nunca ha de olvidar tu generosidad al aceptar esta misión durante un año muy intenso, donde has tenido que hacer un sobreesfuerzo para no descuidar tu trabajo pastoral ni tus estudios. Yo, no solo como amigo, sino como miembro del presbiterado de Barcelona, agradezco tu disponibilidad en este tiempo y quiero decirte que en tu tarea pastoral también has sacado un cum laude muy merecido. ¡Felicidades!
Te vas. Con la mochila bien llena, repleta de vivencias, humanas y espirituales. Y me consta que te vas agradecido por tantas muestras de cariño y reconocimiento. Pero, como siempre, la partida de alguien a quien aprecias produce un sentimiento agridulce. Por un lado, le deseas todo lo mejor y sabes que cada uno ha de seguir su rumbo en la vida. Por otro, es inevitable sentir la ausencia del amigo, ya que en estos cuatro años has calado en el corazón de muchos que te quieren y a quienes has dejado tu mejor tesoro: tu amistad.
Por eso creo que esta amistad seguirá viva en nuestro corazón, aunque estés a más de siete mil quilómetros. La distancia nunca será suficiente para olvidar el bien que has hecho a esta comunidad, ni tampoco será una barrera para el recuerdo de un joven sacerdote que Dios trajo del otro lado del mar para vivir con nosotros una gran aventura apostólica.