Los símbolos de la fiesta
El domingo día 30 de octubre tomé posesión de la parroquia de San Pancracio en la eucaristía presidida por Mn. Joan Galtés, vicario episcopal de la zona del arciprestazgo del Poblenou.
Además, también entró a colaborar formalmente con la parroquia el diácono Miquel Adrover, que también participó de la eucaristía.
Fue una celebración cargada de simbolismos y gestos: la ocupación de la sede, el beso al altar, la recepción de la llave del sagrario. Gestos que van definiendo la misión del rector como pastor.
La sede es signo del lugar que se ocupa para presidir a la comunidad. Pero no expresa un cargo jerárquico, sino un servicio: la responsabilidad del pastor, que ha de ser el primero en dar testimonio con una vida de entrega. Como bien decía Mn. Galtés en su homilía, glosando el evangelio del buen pastor y citando a San Agustín, “el oficio del pastor es un oficio de amor”.
El altar es el lugar sagrado donde se conmemora el sacrificio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, gesto de donación sin límites expresado en el pan y el vino consagrados. Besar el altar es dar un beso al lugar, convertido en mesa, donde se parte y reparte al Señor de la vida, Jesús resucitado. Él sigue invitándonos a su ágape para que no desfallezcamos en nuestra lucha por mantenernos fieles a su amistad. Nos llama a que le comamos juntos y celebremos la victoria del amor sobre la muerte.
Por último, recibí la llave del sagrario, donde se deposita la reserva. Con su lámpara llameante, el sagrario nos recuerda que la presencia de Jesús sigue viva y que siempre nos espera, para que le hablemos y estrechemos lazos con él. Nunca olvidemos que Cristo no se cansa de esperar y que el día más gozoso para él es cuando nos reunimos entorno a su altar, cuando la comunidad vive y participa de su presencia.
Agradecimiento
Quiero dar las gracias al padre Rodrigo, a Lola, a Raúl, a Manuel, a Magda, a Anna, a Telma… y a otras muchas personas —no recuerdo sus nombres— porque hicieron posible una fiesta entrañable y sencilla, donde me sentí abrumado por su acogida, cálida, sincera y alegre. Me sentí realmente como en casa.
El bello escrito de bienvenida expresa el espíritu de una comunidad abierta y hospitalaria que, a pesar de tantos cambios, y de tantos sacerdotes como han pasado por ella, les ha acogido de forma incondicional. Por encima de todo, ha sido fiel reuniéndose entorno a Jesús, respetando y queriendo a los pastores que le han sido enviados.
Doy gracias a Dios porque en la sencillez de ese escrito se refleja también la hondura de una mujer a la que los años no han quitado su vitalidad.
Cercanía del corazón
Todavía sorprende que, dada su ubicación, entre naves y edificios industriales, la parroquia se haya convertido en un hogar cálido donde se vive con intensidad un profundo sentimiento religioso. Ni las naves, ni los bloques, ni siquiera la propia estructura urbanística del barrio, han impedido que en esta humilde parroquia se haya fraguado una auténtica comunidad cristiana. Esto no sería posible sin la proximidad del corazón, y es que, cuando los corazones vibran al unísono, ni distancia, ni profundidades, ni altura ni obstáculo alguno nos puede apartar de Aquel que nos da la razón y la esperanza de nuestra existencia.
Y ya no solo hablo de la demarcación, sino de la rica y palpitante variedad que forma la parroquia: familias con niños, jóvenes, adultos y mayores, nacidos aquí o de países extracomunitarios. El tinte multicolor de las misas de las culturas expresa esta riqueza humana, cultural y lingüística. La uniformidad muchas veces estanca las comunidades y las hace endogámicas. Id a predicar el evangelio a toda criatura. Es una misión que recibimos del mandato expreso de Cristo después de su resurrección. Las diferencias no son excluyentes. Cuando se vive compartiendo ya se vive la unidad del amor y la comunidad se convierte en un grupo de amigos de Jesús. Eso la hace creíble como testimonio de comunión y fraternidad de enamorados de Cristo, el único que nos puede hacer felices.
Como decía el Papa a principios de su pontificado, él no te quita nada, sino que te lo da todo. Y si os enamoráis de Cristo, os enamoraréis con pasión de la humanidad, es decir, de cada ser humano y, en especial, de sus predilectos: los niños, los enfermos, los pobres. Ojala sepamos hacer de nuestra comunidad un referente testimonial ante nuestro barrio.
Que Dios os bendiga.
Mn. Joaquín
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